Cada acción humana parece tener la necesidad de la apreciación ajena. Apreciación, no en su connotación de ‘estima’ y ‘distinción’; apreciación como sencilla consideración.
Cada gesto humano nace para una consideración, con la inconsciente exigencia de ser percibido. Percibido, no en su acepción de ‘comprendido’ o ‘intuido’; percibido en la sencillez que implica ser observado.
Cada rasgo humano parece, obsesiva y vitalmente, existir para un otro. Como si, con una condición sine qua non, fuera la mirada ajena –distraída, rigurosa, tímida, dulce, inquisidora, indiferente, etcéteras-, la que le concediera subsistencia.
Cada gesto humano nace para una consideración, con la inconsciente exigencia de ser percibido. Percibido, no en su acepción de ‘comprendido’ o ‘intuido’; percibido en la sencillez que implica ser observado.
Cada rasgo humano parece, obsesiva y vitalmente, existir para un otro. Como si, con una condición sine qua non, fuera la mirada ajena –distraída, rigurosa, tímida, dulce, inquisidora, indiferente, etcéteras-, la que le concediera subsistencia.